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¿QUIERES CAMBIAR EL MUNDO? PIENSA COMO NIÑO

Necesitamos a toda una generación de emprendedores abiertos tanto a reinventar como a confiar, colaborar y comprometerse con los demás, en lugar de retraerse sólo por las diferencias.

Por: Rodrigo Villar Swipe

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No necesitas ser cristiano, ni siquiera religioso, para reflexionar sobre el llamado que hizo Jesús a que seamos como los niños, como lo refiere el Evangelio de Mateo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el reino de los cielos”.

En algún sentido, recuerda al socrático “sólo sé que no sé nada”: para aprender, hay que estar dispuesto a preguntar, sorprenderse, descubrir. Como los niños, que pueden ver en cada cosa o experiencia un misterio por revelarse. Inocencia que da para pensar más en las posibilidades que en los obstáculos; en hacer, más que en equivocarse.

Lo contrario al falso orgullo, los temores y los prejuicios que, con los años, sin advertirlo, acaban por endurecerse hasta formar una costra que constriñe la capacidad de experimentar y saber: la triste imagen de quien, como dicen, se olvidó de ser niño.


Igual que el cuento zen de un profesor muy pagado de sí mismo, que daba sentencias sobre todos los temas, y acudió a consultar a un sabio que le invitó una taza de té. Cuando reclamó porque le sirvió hasta desbordar la taza, el sabio le dijo algo así como: “Estás lleno de opiniones, ¿cómo podría mostrarte el camino si primero no vacías tu taza?”.

Los innovadores y los emprendedores tienen mucho de eso. Hay que ser como niños, incluso vaciarse, para salir de la caja. Con la curiosidad infantil que puede llevar a soluciones en las que nadie había pensado o a reencontrarse con algo tan obvio y fundamental que acabó por hacerse invisible.


La disposición a la creatividad, incluso para recrear las cosas desde cero, con una mirada fresca. El impulso de involucrarse a fondo en lo que creen y los inspira. Con una inocencia liberadora. Como las preguntas que llegan a hacer los hijos más pequeños, que nos parecen como revelaciones, chispazos de sabiduría o autenticidad que, en ocasiones, sacuden la conciencia lo suficiente como para movilizarnos. Cuando eso se multiplica, el mundo sí puede cambiar.


Necesitamos a toda una generación de emprendedores abiertos tanto a reinventar como a confiar, colaborar y comprometerse con los demás, en lugar de retraerse sólo por las diferencias. Justo como los niños, que aceptan a quien sea, más allá de su género, color de piel o cultura. Inclusive, a veces, también copiarles esa sinceridad para, como los borrachos o los locos, decir lo que verdaderamente piensan.

Hay mucho que aprender de las activistas y los emprendedores sociales niños y adolescentes que, como Greta Thunberg y su movimiento frente al cambio climático, no aceptan las evasiones, los pretextos y la retórica acostumbrada de políticos, líderes y burócratas. Comprometida con su causa hasta el grado de cruzar el Atlántico en una embarcación de vela para asistir a una Conferencia de la ONU sin elevar su huella de carbono; con tanta frescura e irreverencia como para no intimidarse ni ante presidentes, menos aún frente a personajes que son como el rey del cuento, que va desnudo y nadie se atreve a decírselo.

Greta puede incurrir en exageraciones, pero es un símbolo de justicia generacional: ¿por qué tendría la infancia que quedarse como si nada frente al mundo que le estamos dejando? ¿Cómo podemos esperar que se conformen con lo mismo que nosotros, que no ha funcionado?


Esa es la misma proyección a la que tiene la causa legal Juliana Vs. Estados Unidos, con la que, en 2015, 21 demandantes acusaron al gobierno de su país de violar sus derechos fundamentales por la negligencia ante el cambio climático; entre ellos, el popular activista Xiuhtezcatl Martinez, entonces de 15 años, quien tanto llamara la atención por su discurso en inglés, español y náhuatl ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

A fin de cuentas, además de que no piden más que justicia, van en el sentido correcto de la historia. Tanto si son suecas, como Greta; estadounidenses, como Xiuhtezcatl; o de Pakistán, como Malala Yousafzai, quien precisamente ganó el Premio Nobel de la Paz por la defensa de derechos como la educación y la equidad de género, que ni talibanes, ni ninguna religión o gobierno tienen derecho a coartar.


“Lo hermoso del aprendizaje es que nadie puede quitártelo”, dijo alguna vez el gran guitarrista de blues B.B. King. Por eso no puede aceptarse que al emprendedor y activista colombiano de 11 años Francisco Javier Vera Manzanares, lo amenazaran de muerte tras publicar un video para exigir a su gobierno el acceso a Internet para que, durante la pandemia, todos los niños de su país continuaran sus estudios a distancia.

Más bien hay que hacer viral su mensaje. Ya tiene cerca de 200,000 seguidores en redes sociales por su trabajo ante la emergencia climática, contra el maltrato a los animales y la prohibición de plásticos de un solo uso. Deberían ser millones.


No sólo hay que proteger a las niñas y a los niños: tenemos que empoderarlos. Y si queremos innovar y emprender, en vez de alejarlos con esos exabruptos de “vete a jugar a otra parte”, hay que escucharlos: tienen buenas ideas y son el futuro. ¡Tú mismo no dejes de ser un niño!

Rodrigo Villar es Socio fundador de New Ventures México y Adobe Capital.

Puedes contactarlo en Twitter en: @rorrovillar

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