|Casualidades que cautivan
A la mañana siguiente, me dirigí a Peña del Aire, ubicada a menos de 10 kilómetros de la Exhacienda, basta seguir la avenida Las Carreras unos 30 minutos para llegar. Es un espectáculo de no creerse; un risco que da la apariencia de pender ingrávido en un cañón de 700 metros de profundidad que une Veracruz e Hidalgo.
▖En el camino, le conté a Israel, el guía de la Exhacienda que me acompañaba, que había venido a Hidalgo a probar los escamoles, también a él le sorprendió que nunca los hubiera comido. Después de lanzar nuestros gritos feroces al vacío y recibir de vuelta las carcajadas del eco, Israel les preguntó a los encargados del ejido dónde podíamos encontrar buenos escamoles y, de esas coincidencias que te alegran el día, resultó que ellos en un rato se iban “al escamol”.
Nada me tardé en pedirles que nos dejaran acompañarlos. “Está recio el sol y hay que llegar bien abajo de la barranca”, me contestó Mario y en cuanto levantó la mirada, me reconocí en sus ojos color ámbar.
Resulta que Mario es escamolero y que su padre y su abuelo también lo fueron, así que supongo que ese conocimiento, al igual que el color de los ojos, se hereda en los genes, porque, cuando al fin estábamos bien abajo, con sólo ver el suelo, supo que estaban ahí.
Un suave murmullo salió de la tierra, un sonido quedo y efervescente anunciaba el revuelo de aquellos seres diminutos. “Aguas que se trepan”, y apenas Mario levantó la piedra supe a lo que se refería; no sólo se te echan encima, las hormigas muerden que te arde hasta el alma.