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El arte que sana en el Totonacapan

Por: Pepe Treviño | Fotos: David Paniagua Swipe

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La región veracruzana conocida como Totonacapan intentó transformarme en un mejor ser humano en mi inmersión al Centro de las Artes Indígenas.

Veracruz es uno de los estados con mayor prestigio artístico. Cuando era pequeño y visitaba esta región a la orilla de las costas del Golfo de México, siempre quedaba anonadado por su cultura y tradiciones.

Sin embargo, con los años descubrí que más allá de los huapangos de la Candelaria en Tlacotalpan; los boleros del veracruzano Agustín Lara y el popular carnaval, lo que más llamaba mi atención era la sabiduría de los habitantes de esta zona:

el pueblo indígena mesoamericano bautizado con el nombre de totonaca, el mismo que desarrolló la ciudad conocida como El Tajín.
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Bajo esa premisa, David, el fotógrafo que cubre esta nota, y yo, viajamos a Papantla para involucrarnos con la cultura del Totonacapan. Reconozco que soy un mal turista, y por el contrario, soy un buen viajero.

Así opté por convencer a David de visitar esta región fuera del calendario turístico, y del festival Cumbre Tajín, que se celebra cada año alrededor del equinoccio de primavera en el Parque Temático Takilhsukut, el sitio estelar de mi itinerario planeado.

De esta forma, aunque nos perderíamos del animado ambiente del festival, tendríamos la oportunidad de conocer una ciudad apacible, que nos permitiría disfrutar de sus encantos a paso lento.

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Ansiosos por conocer las historias, tomamos un taxi desde la ciudad de Papantla hacia el Parque Temático Takilhsukut, un centro turístico que con los años ha venido transformándose en un centro de estudios que busca valorar y proyectar la cultura indígena de esta zona veracruzana.

Y así fue. Al tiempo que nos propusimos conocer el Centro de las Artes Indígenas (CAI), una institución integrada por la Organización de las Naciones Unidas (UNESCO) a la lista mundial de Buenas Prácticas de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial.

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Universo totonaca

El parque Takilhsukut comprende 17 hectáreas de terreno, se divide en zonas que albergan salones para talleres de aprendizaje continuo para la comunidad.

Aquí fue mi primer encuentro con el pasado totonaca, donde una señora de avanzada edad ablandó mis ánimos mediante una ceremonia de bienvenida.
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Mientras los aromas de este coctel holístico me envolvían, reconocí que esta mujer ha creído en la medicina tradicional desde su nacimiento, producto de la herencia “de boca en boca”.

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Sin duda, el Centro de las Artes Indígenas se ha convertido en un ejemplo a seguir por sus acciones a favor de la trasmisión de las tradiciones.

Comprendí entonces por qué se le denominan Casas-Escuela. En total son 16 en donde se enseñan las distintas artes totonacas, como son:

La “palabra generosa” (idioma)
Poesía y narración oral
Alfarería
Textiles
Pintura
Arte de la curación
Danza
Música
Teatro
Cocina tradicional, entre otras.

Todo dentro de un entorno que reproduce un poblado tradicional totonaca o cachiquín, como también se le conoce.

En el Mundo del Algodón, Ixpulatama Panamak, me explicaron los usos médicos de un producto que en la urbes tan sólo se ocupan para heridas leves; observé el punto de cruz en los bordados y las manos expertas que manipulan el telar, utilizando técnicas que ahora entiendo, tejen historias.

 

Como me considero un transmisor de la palabra, no dudé en visitar la Casa de la Palabra Florida, Pumastakayawantachiwín.

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Se trata de un espacio en donde los viejos han dejado su semilla para que la descendencia totonaca aprenda la lengua tradicional, pero de forma lúdica, haciendo uso del juego takamán –me indicó un profesor–.
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Lo cual es perfecto
para una generación
que dejó de enseñar
la lengua materna a sus hijos.

Al paso se descubren niños y jóvenes poetas, narradores, escritores y novelistas entusiasmados por compartir sus conocimientos a quien lo desee.

 

Vuelos, máscaras y sabores

Un sonido suave que claramente provenía de una flauta nos indicó que la ceremonia de los hombres pájaro había iniciado.

He visto anteriormente este ritual, y he de confesar que, en esta ocasión, quizás por estar en la zona donde se revive como un acto espiritual, me volví a emocionar cuando el caporal comenzó a encumbrar el palo volador que mide casi 40 m de alto.

Estaba en la Casa de las Danzas Tradicionales, sitio en donde también se ubica la Escuela de Niños Voladores.

Aquí observamos la sincronía entre los cuatro puntos cardinales, representados por cuatro voladores que, al aventarse, abren los brazos. Imágenes simbólicas con un sol en la punta, al cual se le agradece y se le venera.

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Reconocí la belleza de
este Ritual de los Voladores,
ceremonia considerada desde 2009,
Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad
por la UNESCO.

Esta danza tradicional forma parte de la identidad del pueblo del Totonacapan, y los niños que nacen en esta región tienen el derecho de aprender este rito.
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Aquí es donde aparece nuevamente la labor educativa del CAI, que a través de la Casa de las Danzas, varios niños de origen totonaca comprenden esta danzay la practican.

Cabe destacar que también aprenden la danza de los Guaguas o Quetzalines, que también le rinde culto al sol; aquí se usan tanto la flauta de carrizo como el teponaztle.

Metros adelante me reencontré con mi acompañante en este viaje, quien maravillado contó sobre la Casa del Teatro que se creó en 2007; y que expone a los visitantes un teatro Antropocósmico creado por el maestro Nicolás Núñez, donde se expresa el carácter sagrado de las máscaras, Talakganu,

una careta
que impide verse a sí mismo
y a los otros .

Sanaciones espirituales

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Envueltos en pensamientos de tradiciones que conectan la vida terrenal con el mundo sagrado, nos dirigimos a una casa humeante que nos revela una choza con alegres guisanderas que siempre tienen un fogón que cuidar y brasero que ondear.

Son las Mujeres de Humo, féminas que continúan con el legado gastronómico que dejaron sus madres y abuelas.

Aquí pudimos conocer platillos e ingredientes tradicionales del Totonacapan. Desde un mole con guajolote y un tamal de pescado, hasta hierbas que proliferan en el monte, ejemplo de ello es la malanga, el papuyo y la flor de izote.

Después de deleitarme con una serie de antojitos, me despedí de Bernardina, agradeciéndole las delicias que preparó.

Ella volteó al altar con el que agradece a sus ancestros el poder alimentar y compartir la cocina tradicional, al mismo tiempo que yo me reconocí más humilde, sin pretender nada más que ser feliz.

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David, al advertir mi emoción, tomó mi maleta y señaló con su dedo un anuncio que decía Casa del Arte de Sanar, y me agregó: toma un masaje, un temazcal y platica con los curanderos, seguro regresarás a la Ciudad de México con nuevos bríos”.

Me acerqué a los médicos tradicionales y me ofrecí como su conejillo de indias para que intentaran transformarme en un mejor ser humano.

Rodeado por rezanderos, masajistas y temazcaleros, el jefe de este espacio me pidió que le contara todo lo relacionado con los aspectos negativos que afectan mi vida, sólo así los sanadores encontrarían el remedio adecuado para mi cuerpo y alma.

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Al final de mi visita develé

que la cultura del Totonacapan
ha sido protegida.
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También reconocí que parte de la población de estos pueblos veracruzanos tiene una fuente de empleo a partir de la recepción de turistas, ya que el parque se encuentra abierto durante todo el año, captando viajeros que desean conocer cómo fue el pasado veracruzano.

Es toda una institución educativa que transmite el arte, los valores y la cultura, todo en condiciones favorables para los creadores en los que aún circula sangre indígena.

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