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Real de Catorce y el desierto de San Luis Potosí, un acto de fe de principio a fin.

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El ejercicio comienza desde antes de llegar.  El auto hay que dejarlo a la entrada del Túnel Ogarrio, que resguarda la entrada. 

Las personas locales que ofrecen llevarnos al otro lado nos comentan que el pueblo se encuentra detrás de la montaña perforada por el túnel. No hay un edificio, ni una sola torre de iglesia a la vista. Sólo un oscuro y estrecho pasadizo. 

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Nos subimos a una camioneta y nos internamos en las entrañas de la montaña, que nos escupe al otro lado. Y ahí está, el pueblo de la plata y las leyendas.

      ❈ ❈ ❈ En su apogeo, Real de Catorce fue el segundo productor de plata más importante del mundo. Durante el Porfiriato, el pueblo alcanzó su máximo esplendor. Alrededor de medio centenar de minas extraían el mineral con máquinas de vapor y malacates. 

Ecos y destellos de lo que fue un lugar próspero se pueden ver aquí y allá, en fachadas de edificios y acabados en madera. Ahora, Catorce luce un tanto oxidado y polvoriento, pero hay un halo de belleza en cada esquina que justifica su fama como destino.

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Llegamos a nuestro hotel, Mesón de la Abundancia. Espejos, candelabros y roperos dan pistas de otra época. En diferentes rincones del hotel, como pequeñas sorpresas, aparecen objetos traídos del pasado.
Una estufa de leña de principios del siglo pasado. Una antigua imprenta de madera. Una pila de cofres que pudieron haber estado llenos de monedas de plata algún día. 

Después de cenar, subimos exhaustos del viaje a nuestras habitaciones, en donde todo está hecho de piedra, madera y herrería.



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        ❈ ❈ ❈ Despertamos y salimos a explorar el pueblo antes de nuestra excursión de mediodía. Caminamos por la calle Lanzagorta, a lo largo de la cual se instalan todos los días puestos ambulantes de artesanías, dulces y plata. 

Toldos atravesados cubren del sol a los comerciantes, muchas son mujeres indígenas de las comunidades cercanas. El colorido arte wixárika abunda en los puestos como emblema de la región. 

Hacemos una parada para un desayuno de gorditas de maíz y tacos de harina que bajamos con un rico café de olla en el restaurante Doña Emma. 

Regresamos por la misma calle hasta dar con la parroquia de la Purísima Concepción. El interior es un alegre despliegue de color y elegancia, con el armonioso cruce entre azul cielo, rojo, dorado y crema en cada detalle y garigol.



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        ❈ ❈ ❈ Nos espera uno de los famosos Willys para llevarnos al desierto. Estos vehículos fueron prominentes en la Segunda Guerra Mundial. En esta zona se hicieron populares por su capacidad para transitar sobre terrenos complicados. Parece que la experiencia completa es viajar en el techo del Willys, así que decidimos probarlo. 

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Mientras el todoterreno desciende por la montaña, nos agarramos con fuerza a la estructura metálica que nos soporta. Si no eres religioso, esta experiencia te pondrá a rezar y encomendarte a Dios. El camino es tan estrecho que por momentos desaparece de la vista y da la impresión de que las llantas del lado derecho del vehículo van flotando en el aire. No queda más que confiar. 

Llegamos a Estación Catorce, que solía ser una importante parada en los viejos días del ferrocarril. Husmeamos por la antigua estación y tomamos algunas fotos antes de regresar al Willys. Esta vez nos sentamos en el interior.

        ❈ ❈ ❈ Camino al desierto, las montañas pasan a ser parte del fondo y el paisaje se abre majestuoso. Nos detenemos en una zona de matorrales a explorar. Nuestro guía nos platica acerca de lo que representa el desierto para los wixaritari. Un área en donde todo es sagrado, desde la piedra más pequeña hasta el cerro más alto. 

Nos muestra un peyote y nos enseña cuál es la forma correcta de cortarlo para que pueda volver a crecer en poco tiempo. Después de ver algunos empotrados en la arena, como por arte de magia empiezan a aparecer en la visión decenas de ellos. 

  Cuando volvemos a Catorce, el sol está próximo a ocultarse. La excursión nos dejó un poco insolados y no hay energía para nada más que un baño y una deliciosa cena en el restaurante de la posada. 

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Al día siguiente, nos espera una nueva aventura. Hoy subiremos al Cerro El Quemado y lo haremos montados en un caballo. Pero antes, visitaremos la Antigua Casa de la Moneda.

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Tra
s desayunar en el hotel, caminamos una cuadra a la Casa de la Moneda, que hoy funciona como museo y casa de la cultura. Durante el auge del pueblo, aquí se producían monedas de plata y bronce, incluyendo algunos de los primeros pesos mexicanos que existieron. 

Además de muestras de maquinaria y monedas, también cuenta con una sección de información acerca de los mal llamados “huicholes”, el peyote y su relación con el desierto de San Luis. En esta sección se puede apreciar una selección de asombroso arte wixárika, tanto en bordados como con chaquiras. 



        ❈ ❈ ❈ Ahora sí, nos dirigimos al punto donde nos esperan los caballos que nos guiarán al cerro.  Los primeros golpeteos son incómodos y me siento en constante peligro de desplomarme hacia un lado. El caballo avanza en modo piloto automático. La ruta está trazada y fuera de mi control.

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Paramos primero en el pueblo fantasma. Nos cuentan que estos edificios carcomidos solían ser haciendas habitadas por militares de alto rango. El viento silba al atravesar las ruinas, como en un
performance natural para recordarnos la fuerza y brutalidad del tiempo. 

Continuamos el camino a la montaña. Los paisajes se tornan cada vez más espectaculares. No puedo evitar recordar que los wixaritari hacen este mismo recorrido a pie. Una mezcla de fe, devoción y penitencia que es difícil de comprender desde nuestra perspectiva urbana y occidentalizada. 

  Finalmente llegamos a lo alto del cerro. El centro del universo. El lugar en donde Kauyumari, el venado azul, hizo que el sol ascendiera por primera vez. 

Un espiral de piedras marca el punto del origen de todo. En este sitio es donde se realiza la Ceremonia del Fuego, en honor al abuelo Tatewari. Un ojo de Dios ensartado en un palo vigila el vasto desierto que se extiende abajo. Contemplamos la vista durante un rato mientras el sol, poco a poco, se esconde en el horizonte. 

        ❈ ❈ ❈ Emprendemos el camino de regreso. Hacemos una pausa para tomar fotos en un punto en donde se aprecia una magnífica vista de Real de Catorce. Para este momento, ya nos hemos acostumbrado a cabalgar. Hasta se antoja hacerlo todos los días, para siempre. 

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Cae la noche mientras bajamos la montaña y es luna nueva. Una alucinante alfombra de estrellas se revela en el cielo. Mi fe está puesta en el caballo, yo no alcanzo a ver nada más que las estrellas. Me entrego por completo al desierto y sus espíritus.

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