Un espectro de inversión diverso
Sorprendentemente, el concepto de inversión socialmente responsable ha existido durante casi un siglo. El primer ejemplo fue el Pioneer Fund, lanzando en el 1928, que utilizaba el modelo de Inversión Socialmente Responsable (SRI) y un filtrado negativo o enfoque de “no hacer daño” como eran evitar inversiones en alcohol, tabaco, casinos e industria de armas.
Esto ha sido reemplazado por la inversión ambiental, social y de gobernanza (ESG), para empresas que son calificadas en estas tres áreas, lo que permite a los inversores ser más proactivos y permitir una evaluación positiva. ESG analiza cómo las empresas gestionan de manera más responsable sus relaciones con las partes interesadas (capital humano, responsabilidad por productos, oportunidades sociales, cambio climático, medio ambiente, gobierno corporativo, etc.), pero esto no impide que los gerentes de ESG inviertan en industrias como el petróleo y el gas, por ejemplo.
Mientras que SRI y ESG se enfocan en los mercados públicos, la inversión de impacto se enfoca en los mercados privados y busca impulsar el cambio social o ambiental a través del mismo producto o servicio ofrecido. Por ello se está invirtiendo para el impacto, y cada dólar invertido busca generar resultados. Los negocios sociales, aplicando la terminología financiera tradicional, son aquellos que generan ganancias de triple resultado, donde hay una ganancia neta desde un ángulo financiero, social y ambiental.
Junto con los dos extremos de las finanzas convencionales con fines de lucro y las donaciones filantrópicas sin fines de lucro, SRI, ESG, la inversión de impacto y la filantropía de riesgo, entre otros, conforman un espectro de inversión diverso, que ofrece diferentes perfiles de rendimiento financiero y social para inversores.