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Un domingo lento en Izamal

Por: Abraham Bojórquez Swipe

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No llegamos temprano, sino a mediodía. La cercanía del Pueblo Mágico con Mérida lo coloca como una escapada perfecta para cualquiera que se encuentre en la Ciudad Blanca. 

Bajo la luz del sol inclemente de Yucatán, Izamal es un espectáculo visual. Sus muros amarillos cobran vida y el pueblo entero parece un tesoro reluciente. 

Hay varias versiones del porqué los edificios de Izamal están pintados de amarillo. Unos dicen que es porque el amarillo era un color sagrado en la cultura maya, otros que fue un intento por remodelar el pueblo tras la caída de la industria del henequén, unos más que fue por la visita el papa Juan Pablo II en 1993. 

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La verdad parece estar en medio de todas estas explicaciones. Es un hecho que antes de la visita del papa ya habían muchos edificios pintados de amarillo, se tiene registro de ello desde el siglo XIX.

Pero también es verdad que fue a partir de la visita papal que el pueblo entero se pintó con los colores del vaticano. 

También es un hecho que, en el año 2002, las autoridades determinaron que todos los edificios debían estar pintados de amarillo con terminados en blanco. La estrategia para atraer turismo parece haber funcionado a la perfección.

  Buscamos dónde estacionarnos y comenzamos a recorrer las calles empedradas de Izamal. Cada esquina, cada vuelta, cada cuadra es una oportunidad para una foto. Como ocurre con las ciudades más bellas del mundo, el principal atractivo en Izamal es el lugar mismo. 

Llegamos a la plaza central. Como sería de esperarse en domingo, está hirviendo con movimiento y sonidos.

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  Nos dirigimos al Convento de San Antonio Padua, el edificio más reconocible de Izamal. El ascenso por la escalinata en plena hora del sol se siente como penitencia, pero la recompensa al llegar a la explanada del convento es innegable. 

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Para cualquiera que aprecie la arquitectura, este conjunto es una delicia. La sensación de paz y grandeza que comunica el espacio, la elegancia en los juegos de luces y sombras combinados con las estructuras, todo el lugar es una intensa experiencia visual. 

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Al final del pasillo que atraviesa la explanada, una estatua de Juan Pablo II vigila la entrada al convento. 

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  Si platicas con los locales, puedes darte cuenta de que la visita del papa en 1993 marcó un antes y un después en la historia del pueblo.

Es verdad que no muchos poblados del tamaño de Izamal tienen el honor de recibir a un pontífice, pero además el líder de la Iglesia Católica coronó a la Virgen de Izamal durante su visita, un gesto que avivó la devoción de los izamaleños. 

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Es la imagen de esta virgen la que se encuentra al final de la parroquia alojada en el convento, la cual mantiene la temática visual del pueblo. Una enorme bóveda blanca con nervaduras en tonos dorados domina la vista.

Un retablo de oro al fondo es el único detalle ostentoso de una iglesia por lo demás minimalista y discreta. 

  Esperamos algunos minutos para hacer el recorrido por el museo del convento, durante el cual nos explican detalles de la vida austera de los monjes franciscanos que lo habitaron hace siglos. 

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Mientras escuchamos, recorremos diferentes pasillos en donde se muestran objetos y utensilios de la vida en el convento. La parte trasera del complejo parece ser la más antigua y tiene el aspecto de una fortaleza medieval.

  Después de un baño de cultura, lo que hay es mucha hambre y la promesa de que en Izamal se come bien y mucho. 

Caminamos algunas cuadras
hacia el restaurante Zamná.

Pedimos sentarnos en la zona de palapa, al aire libre. Relleno negro, empanadas de chaya rellenas de queso de bola y panuchos de cochinita pibil fue lo que pedimos, pero ganas no faltaron de ordenar todo el menú. Sencillo y sin pretensiones, pero delicioso y bien presentado. 

  Para bajar el atracón, decidimos caminar hacia la pirámide Kinich Kakmó, que se dice que es el tercer edificio prehispánico más alto de México. 

Pocos lugares en México tienen una pirámide a medio pueblo, rodeada de modernidad. Es por eso que visitar Kinich Kakmó es una experiencia única. 

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El nombre quiere decir “guacamaya de fuego con rostro solar” y tiene su origen en una antigua creencia maya. De acuerdo con la tradición, el dios guacamaya bajaba en el ardor del sol de mediodía para recolectar las ofrendas y los sacrificios. El glifo que representa a esta ave se puede encontrar en diferentes puntos del edificio. 

El sol va tomando su lugar para el espectáculo de la hora dorada y nosotros vamos de regreso al coche. Este camino es aún más placentero que el que hicimos al llegar, con los rayos solares más amenos y bañando los muros de Izamal con su luz tenue.

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  Izamal ha encontrado un lugar muy afortunado como destino del siglo XXI. No sólo es un pueblo auténticamente original, en donde una gigantesca pirámide maya convive con uno de los conventos coloniales más espectaculares del sureste.

También es un lugar listo para ser compartido en redes sociales, perfecto para aparecer en blogs de viajes y cuentas de influencers. 

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Parecería frívolo pensar que eso hace que un destino valga la pena, pero quizá más destinos podrían seguir el ejemplo de Izamal y presentarse de una manera que atraiga a los viajeros y, una vez ahí, mostrarles su encanto completo. 

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