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La vida en rosa en Celestún

Entre flamencos, sal rosada y enormes espejos de agua, pasé un intenso fin de semana en Yucatán. 

Por: Manuel Cerón Swipe

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Todo comenzó cuando puse el pie en la plaza principal de Celestún y ésta es la historia, mi aventura en rosa.

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Que empiece la música

Recorrí 95 kilómetros desde Mérida al poblado de Celestún, pasé por varios pueblecitos, carreteras asfaltadas y de terracería, pero todas con hermosos árboles bajos muy caraterísticos de la zona. 

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Al llegar a la región de manglares, algunos espejos de agua color caoba nos acompañaban por largos trechos en la carretera. Pasé por una marquesita en un carrito que estaba frente a la iglesia de Príncipe de Paz, justo en la plaza central de Celestún.

Luego tomé un taxi que me llevó por un trayecto de terracería que pasaba en medio del manglar, entre el mar de tonos turquesa, verdes claros y azules; y por el lado contrario, la ría, entre espejos de agua y aves que, de la nada, levantaban el vuelo.

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Me instalé en un hotel con vista al mar y a algunos manglares.

Sin dudarlo, cambié mis tenis por sandalias y salí a caminar por la playa que tenía a unos cuantos metros; disfruté el sonido del mar y el viento.

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En números

81,482.33 hectáreas tiene la Reserva de la Biosfera de Celestún, entre humedales y manglares.

La ría tiene aproximadamente 22 kilómetros.

Es una de las más antiguas y tiene como finalidad principal proteger al flamenco y su entorno.

Es el hábitat de miles de aves migratorias a lo largo de todo el año.

Salinera Pilares

En este lugar se puede ver fácilmente cómo los humedales reciben la captación de agua directamente y debido a la salinidad de la región y procesos naturales, se forman enormes costras de sal. 

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Justo al estar ahí pude observar cómo un grupo de hombres molían enormes rocas de sal hasta convertirlas en fragmentos menores para ponerlas en costales y llevarlas a la ciudad.

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Un par de kilómetros adelante hay un mirador que, durante los meses de noviembre a marzo, es muy visitado por los amantes de las aves, en especial de los flamencos, ya que en esa enorme extensión de agua baja se concentran miles de estas aves migratorias, pintando de rosa la región. 

Estuve ahí por un par de horas caminando y tomando fotos de las nubes aborregadas y de los reflejos en los espejos de agua color naranja.

El día era muy claro y el viento corría con lentitud (constantemente tenía que evitar que los mosquitos me atacaran) pero el mirador es un lugar increíble.

Por la ría…

Al salir de la zona de humedales fui a pasear en bote por la ría, en la misma zona, a unos cuantos minutos del mirador. En términos turísticos se conforma por varios puntos específicos que son parte de los paseos que ofrecen los lugareños en sus lanchas. 

Isla de los Pájaros
Ojo de Agua (baldiosera)
Parador de la Ría
Túnel de manglares

En el túnel de manglares la lancha se mete tal cual al manglar y muy lentamente avanza entre enormes raíces, y es posible ver cómo algunos peces y serpientes se esconden. Ahí el agua cambia de tono radicalmente conforme se hace profunda entre troncos y hojarasca.

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Por otra parte, el Ojo de Agua o la baldiosera es un espacio muy bien delimitado por un
camino a base de puentes de madera, que está por encima de un área de manglar. Parece un lugar de película porque enormes árboles lo flanquean; de él brota agua cristalina, que se hace cobriza una vez que uno se acerca a los árboles. 

Es un lugar que si bien no es silencioso por los animales, sí es muy tranquilo y digno de visitarse con tiempo de sobra.

Aquel día, ya hacia el final, fui a comer a Celestún frente al mar, en uno de tantos restaurantitos, desde donde pude ver cómo llegan y parten los pescadores.

La tarde avanzó hasta hacerse de noche. La plaza de Celestún se llenó de juegos y me di cuenta de que es punto de reunión de sus pobladores y turistas.

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También es el único
lugar donde se pueden comer las famosas marquesitas (especie de crepas, dulces y saladas), una razón más para caminar y conocer la vida de aquel lugar.

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