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Una travesía sin tiempo por la Sierra Gorda

Enclavadas en la Reserva de la Biosfera de la Sierra Gorda, un territorio natural de más de 240 millones de años, se encuentran las cinco misiones franciscanas, joyas que ofrecen un viaje hacia nuestra historia y el disfrute de cascadas, ríos, cuevas y grutas.

Por: MARÍA LUISA ALÓS / FOTO: DANIEL CUEVAS Swipe

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La camioneta se adentra en la Sierra Gorda, el camino sinuoso y la altura me marea, pero estoy hipnotizada por el paisaje.

Las metáforas abundan: navegamos en un océano de montañas, somos un pequeño punto ante la grandeza que nos abraza. Los disparos de las cámaras de Daniel parecen conjurar la alucinación de la naturaleza.

En cuatro horas pasamos de una zona semiárida a tropical, luego un bosque; el clima artificial de nuestro vehículo nos defiende del mosaico climático por el que atravesamos.

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ENEMIGOS QUE
QUIEREN AMIGARSE

Viajar a través de los cerros henchidos de fauna, flora y minerales hace difícil imaginar la travesía de los misioneros que fundaron sus templos en este territorio.

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Se dice que fray Junípero Serra transitó hace dos siglos y medio desde la capital del Virreinato (hoy Ciudad de México) a Jalpan en 16 días, caminando, medio descalzo, con una herida crónica en un pie.

La Sierra Gorda es un catálogo de golosinas para los viajeros aventureros. Hay demasiado que ver, visitar, escuchar y conocer. Las bellezas naturales son infinitas: cascadas, ríos, cavernas, grutas; paseos en cuatrimotos, expediciones nocturnas, baños en temazcal; visitas a viñedos y recorridos históricos por las cinco misiones franciscanas fundadas en el siglo xviii.

Desde antes de emprender el viaje, Daniel y yo decidimos concentrarnos en las misiones. Lejos estábamos de saber que nuestro recorrido nos llevaría también a escuchar las voces del pasado con el acento del presente.

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CONCÁ, LA VICTORIA DE LA FE

Nuestra parada inicial es en Concá, donde se asienta la primera misión fundada por el fraile franciscano Junípero Serra. Su utopía de una sociedad autónoma con cooperativas y sistemas de producción organizadas no prosperó, pero el éxito de la evangelización quedó plasmada por los siglos en las originales portadas de los templos de estilo conocido como barroco mestizo que erigió el pueblo pame, mediante las cuales se predicaba la religión cristiana.

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UN REFUGIO

Por la tarde cae una intensa lluvia y nos refugiamos en el Hotel Misión a escasos kilómetros de Concá. Somos recibidos por los “hermanos de la luz”, un grupo de actores que interpreta a frailes en sus tradicionales vestimentas y ameniza la estancia.

En un ejercicio de relajación, nos cuentan de los contrastes sociales de la región. La producción de artesanía con palma y alfarería y, especialmente, el turismo son las principales actividades económicas. Sin un censo oficial, se dice que hay alrededor de 20,000 indígenas pame y poco menos de la tercera parte hablan su idioma.

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Los pames son considerados un pueblo pacífico, que no opuso gran resistencia a la llegada de los españoles y fueron los que edificaron los coloridos y elaborados templos de las misiones. Aunque no existe una definición sobre la palabra pame, su significado remite a sobrevivencia.

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JALPAN, EPICENTRO
DE LAS MISIONES

Al otro día nos trasladamos a Jalpan, un poblado de trazo urbano moderno, idóneo para ser recorrido a pie. Su plaza principal es un continuo concierto de aves que acompaña el ir y venir de sus habitantes y turistas.

Caminar por el paseo de los ahuehuetes junto al río es una experiencia refrescante. La misión del pueblo domina el centro, con su gran atrio y la plaza que le antecede. Según George Kubler, historiador de arte de Estados Unidos, los atrios de las iglesias y los rascacielos son dos de las grandes aportaciones de América a la arquitectura mundial.

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Nos introducimos en el claustro y recorremos sigilosamente la curia, donde apreciamos el mobiliario y los cuadros que acompañaron hace dos siglos y medio a los misioneros encabezados por el fraile Junípero, cuya estatua custodia la entrada a este complejo religioso.

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LUIS, EL HISTORIADOR ESPAÑOL

El calor del mediodía nos acerca a los raspados en la plaza desde donde vemos el majestuoso edificio del Museo Histórico de la Sierra Gorda. Daniel y yo llegamos con retraso al encuentro entre historiadores sobre las misiones. “Acaba de terminar”, nos dice uno de los organizadores, “pero pueden hablar con algunos de los historiadores”.

Luis Laorden, quien vino desde España, nos platica mientras recorremos el museo. Su visión es cercana a los misioneros. “Después de la victoria militar, se encomienda a los religiosos pasar de enemigos a amigos”. A diferencia de los agustinos y los dominicos, los franciscanos aprenden la lengua pame y logran sus objetivos de evangelización y civilización.

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Y por fin, se logra abrir el tránsito hacia el norte, impedido por 200 años de guerras con los jonaz, antecesores de los chichimecas y entre los mismos españoles que se disputaban el dominio de la región.

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ISABEL, LA ARTESANA PAME

Al emprender el viaje a la misión de Landa, conocemos a Isabel Quinto Montero, una mujer pame de ojos sonrientes. Vende su artesanía hecha de palma muy apretadita, limpia, de colores vivos.

Antes de iniciar la charla suelta una pregunta desconcertante: “A ver, señorita, ¿usted sabe si estamos registrados?”. Después de formular otras interrogantes para entender, asiente cuando le digo: “¿Quiere decir si ustedes son conocidos?”.

Doña Isabel suelta su historia, proviene de un poblado con 50 familias, Las Nuevas Flores, por allá hay otro con 20, y más lejos quién sabe.

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Antes de notar la fluidez con la que habla español, explica que aprendió el idioma “por puro coraje”. “De niña no sabe cómo nos insultaban; sufrí mucho en la escuela”. Las ofensas provenían de niños de otras etnias. “Aprendí para contestarles, por eso a mis hijas no les he enseñado el pame”, dice sin perder el brillo vital de su mirada.

También han dejado de vestirse con los colores encendidos y las “manguitas de bota” de sus típicas blusas. Al parecer son sus manos tejedoras y la memoria, los vestigios que perduran sobre su origen.

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LANDA, LA CIUDAD DE DIOS

Llegamos a Landa, nuestro último destino, “La ciudad de Dios”. Esta fue la última misión en construirse, en 1768, cuando Junípero ya se había marchado de la Sierra Gorda, pero dejó los bosquejos generales y el mensaje de su fachada, cuenta Garrido del Toral.

Esta es considerada la más bella de las misiones. Los albañiles y escultores ya habían dominado sus oficios, los detalles son más delicados. Llaman la atención las esculturas de las sirenas con rasgos indígenas y el mármol que enmarca la entrada al templo.

El viaje termina; no es suficiente un par de días para recorrer las otras misiones, Tilaco y Tancoyol. Es un buen pretexto para regresar. Recuerdo aquel mito difundido sobre el intercambio de espejos por oro al inicio de la Conquista española.

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Hace falta algo más para mirarnos, incluirnos, escucharnos. Guardo las imágenes y las voces que acompañaron este inolvidable trayecto. Y una canastita tejida por doña Isabel, un recuerdo lleno de significado.

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