No importa cuándo leas esta columna; las cosas no habrán cambiado. Para nosotros, quienes somos pacientes con enfermedad renal, el acceso a un tratamiento digno, a medicamentos y a todo aquello que nos mantiene con vida, cada vez más se vuelve un privilegio, cuando tendría que ser nuestro derecho.
Una vez que nuestros riñones comienzan a fallar, empezamos un camino donde andamos con las manos extendidas, porque vamos a tientas, guiándonos los unos a los otros. Me gustaría decirte, querido lector, que esta es una realidad que no te alcanzará. Sin embargo, las estadísticas no te excluyen de la ecuación: una de cada 10 personas que están leyendo estas líneas tendrá una falla renal en algún momento de su vida.
Si bien la insuficiencia renal se ha asociado a enfermedades como hipertensión arterial, diabetes y lupus, el panorama ha ido cambiando. Cada vez hay más gente diagnosticada a edades tempranas y sin saber la causa. Nos juega en contra que el avance del daño renal es silencioso. Los riñones no duelen para avisar que han dejado de funcionar.
Si a esta situación se le suma la ausencia de un Registro Nacional de Personas con Enfermedades Renales –un gran pendiente que tenemos como país–, vamos navegando sin rumbo, intuyendo por dónde ir para llegar a buen destino. Pero, ¿qué es un buen destino? Uno en el que nos enfoquemos en la prevención; en educar para que desde los primeros años sepamos todas las funciones que realizan nuestros riñones y aprendamos cómo cuidarlos. Uno que nos permita conocer las siete reglas de oro para proteger nuestros riñones:
1 / Mantenerse en forma y activo
2 / Mantener un control regular de los niveles de glucosa en sangre
3 / Monitorear la presión arterial
4 / Comer saludablemente y mantener el peso bajo control
5 / Mantener una ingesta de líquidos saludables
6 / No fumar
7 / No automedicarse