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Opinión

LA DESIGUALDAD Y LOS ECOSISTEMAS ECONÓMICOS

Conoce por qué buscar ser “el Silicon Valley de…” es una pésima idea.

Por: Dr. Marcelo Tedesco Swipe

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En el imaginario colectivo de empresarios, emprendedores y por supuesto políticos, aspirar a ser “el Silicon Valley de…” es una panacea, el objetivo a seguir, la zanahoria en el palo. En cada estrategia de política pública latinoamericana, y alguna que otra europea, no puede faltar esta idea que se ha convertido en un cliché –uno muy peligroso, por cierto–.

Con Global Ecosystem Dynamics hemos estudiado las estructuras y motivaciones de más de dos docenas de ecosistemas económicos alrededor en América y Europa. Por eso, hoy sabemos que existen dos tipos de ecosistemas: los ecosistemas guiados por el dinero y los guiados por el bien común.

El primero produce la acumulación de grandes fortunas; pero, también trae consigo las desigualades más atroces. El segundo, por su parte, resuelve sus propios problemas y como consecuencia, genera riqueza en entornos mucho menos desiguales.


La desigualdad no es un fenómeno sencillo, ya que es multifactorial sin duda. Sin embargo, la forma en la que se comportan sus estructuras económicas parece jugar un factor fundamental.

California es la economía más rica de Estados Unidos. Si el estado fuera una nación, sería la novena más grande del planeta; no obstante, es también el estado más desigual de su país. Paradójicamente, es el estado más rico y a la vez, el que mayor pobreza tiene. Por lo tanto, el ecosistema rey de la riqueza y la desigualdad es Silicon Valley, no hay duda de esto.

Particularmente, la región de la bahía es el peor desastre social de la nación del norte. Su riqueza está completamente desconectada de sus necesidades sociales: solo en 2019 (antes de la pandemia) las personas sin techos incrementaron 31% en comparación con 2017. En el epicentro del Silicon Valley, San José, el incremento fue del 41%.


En 2021, el columnista de The New York Times, Bret L. Stephens, escribió: “Si California es una visión del tipo de futuro que la administración de Biden quiere para los estadounidenses, es esperable que los estadounidenses lo objeten”. Si no es una visión aceptable para su propio país, tampoco lo es para ningún otro. Silicon Valley es el ejemplo de lo que un ecosistema no debe producir: desigualdad.

Latinoamérica no escapa a este fenómeno. Nuestros análisis publicados en MIT muestran que Sao Paulo y Ciudad de México –los dos polos económicos basados en innovación de Brasil y México, y las dos economías más ricas de la región–, son guiadas por el dinero, no por el bien común. A la vez, sus estructuras ecosistémicas son las más propensas a sufrir cualquier cambio en el entorno, ya sea crisis externas o cambios de política pública.


Ciudad de México, por ejemplo, es la entidad más rica del país. Lo interesante es que a pesar de que aporta el mayor porcentaje del PIB nacional, más del 16%, a la vez alberga a una de las tres alcaldías más pobres del país: Milpa Alta. Incluso, varias de sus alcaldías superan el promedio nacional de pobreza (42%).

Sao Paulo es la ciudad más rica de la región, la más rica de Brasil, donde más unicornios podemos encontrar en Latinoamérica, donde más fondos de inversión pululan y donde, al igual que en el Silicon Valley, más sin techos hay también. Este problema no se limita solo a los sectores económicos más vulnerables, sino también a la clase trabajadora. Más de 66,000 personas habitan las calles de Sao Paulo.


Los fondos de inversión son necesarios; pero, lamentablemente, la mayoría busca su propio interés personal y el de sus accionistas –nada tan poco sostenible como el interés propio–. No es para nada una decisión racional pensar en la maximización de las ganancias basados en modelos de crecimiento infinito dentro de un sistema de recursos escasos. La consecuencia de esto es, de nuevo, la desigualdad.

A la larga, la desigualdad produce problemas sociales que afectan la economía, ya que no es un sistema cerrado, sino que está integrado dentro del (eco)sistema social que a la vez pertenece al ecosistema biológico. Con excepción de las grandes fortunas acumuladas a partir del aspiracionismo mal entendido de la población, todos terminan afectados de manera negativa.


Del otro lado de la calle están los ecosistemas económicos guiados por el bien común, aquellos cuyo propósito central es resolver los problemas que aquejan a la propia sociedad que los contiene. Los ecosistemas económicos europeos y los principales del sur de Sudamérica están en este rango. Son las economías basadas en innovación que tienen las estructuras más colaborativas, donde sus integrantes compiten poco y colaboran mucho.

Aquí, los fondos de inversión suelen estar menos interesados en este tipo de ecosistema; por eso, pareciera que generan menos riqueza, aunque el caso de Montevideo los desmiente: es el principal polo económico y de innovación del país con la mayor riqueza per cápita y con la menor desigualdad de la región. Montevideo tiene un Índice de Desarrollo Humano de 0.808 super con creces al del Silicon Valley 0.690. El secreto: el bienestar común y la estructura de su ecosistema económico construida a partir de disminución de la competencia y mucha colaboración.

Para concluir, es una pésima estrategia querer parecerse en algo al Silicon Valley. Perseguir el dinero no es sostenibles. Si queremos economías más sostenibles y mayor riqueza en la calle se requiere de empresarios, emprendedores y estrategias de política pública económica, pensando en el bien común.

El Dr. Marcelo Tedesco es Director Ejecutivo de Global Ecosystem Dynamics e investigador afiliado al MIT. Síguelo en Ig: @marcelotedesco

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