| De Yugoslavia a Ucrania
La Guerra de los Balcanes tuvo un parecido similar con lo que está sucediendo en territorio ucraniano. En febrero de 1999, se reunieron líderes europeos en torno a la Conferencia de Rambouillet, en Francia, para dar una alternativa al presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, empecinado en su limpieza étnica. Se le planteó el despliegue de tropas euroatlánticas para garantizar el cumplimiento de un pacto y un referéndum de independencia para Kosovo, con un plazo de al menos tres años.
A Milosevic no le gustó la propuesta, argumentando que las fuerzas extranjeras eran un golpe duro al orgullo serbio y a la identidad de su país. El entonces secretario general de la OTAN, Javier Solana, consideró esto como un fracaso diplomático y autorizó una ofensiva, integrada por fuerzas aéreas eurocomunitarias y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) por “razones humanitarias”.
Rusia estuvo siguiendo con mucho cuidado la reunión en Múnich, efectuada del 17 al 19 de febrero; tal vez con la vista puesta en lo que podría ser un nuevo Nuremberg, en caso de que perdieran la guerra, sobre todo ante el recuerdo de lo sucedido con el hombre fuerte de Yugoslavia y su séquito.
En su discurso, Zelenski aseguró que, de no recibir más ayuda y, sobre todo, de mayor valor estratégico, su país no lograría detener al “oso ruso”, el cual extendería sus avances más allá de las fronteras eurocomunitarias.
La Conferencia de Seguridad de Múnich dejó entrever que el mismo bloque europeo tiene problemas para ponerse de acuerdo respecto a las peticiones de aumentar la calidad de la defensa contra las fuerzas de Moscú. Kíev los urge a que les aporte tanques Leopard 2A6 (Alemania); AMX-10 (Francia) y M-1 Abrams estadounidenses, los cuales, en todos los casos, son vehículos más modernos y versátiles que los T-72, T-80 y T-90 rusos.